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Siempre sentí una atracción especial por crear con las manos. La madera, con su textura y su aroma, tiene algo que conecta con lo más esencial: el trabajo, la paciencia y el tiempo. Empecé en la ebanistería casi por curiosidad, buscando una forma de desconectar de lo cotidiano, pero terminé encontrando un espacio donde podía pensar distinto. En el taller descubrí algo que también busco en mi profesión como abogado: equilibrio. En la madera, si te apurás, se quiebra; si no la

A simple vista, la ebanistería y la abogacía parecen mundos opuestos. Uno se asocia al taller, al polvo de madera y a las manos marcadas; el otro, a los libros, las palabras y los silencios medidos. Pero en ambos encuentro una misma raíz: la necesidad de crear algo que perdure. En la madera, cada veta tiene su historia. En el derecho, cada caso tiene su humanidad. En ambos oficios trabajo con materia viva —una física, otra emocional— que requiere escucha, precisión y respeto

En la ebanistería, cada detalle importa: la elección de la madera, el sentido de la veta, el tipo de unión, el pulido final. No se trata solo de construir, sino de hacerlo con precisión, paciencia y respeto por el material. En el derecho ocurre algo similar. Los detalles marcan la diferencia entre una solución adecuada y un conflicto innecesario. Analizar cada situación, comprender su contexto y anticipar posibles escenarios requiere la misma atención minuciosa que el trabajo